6/4/08

La fuerza de la costumbre


Un escritor llegó a un pueblito mexicano, alejado de toda civilización.

Tenía la idea de escribir un libro con las anécdotas de los pobladores, para reflejar sus hábitos y su cultura. A tal fin, se fue a buscar al hombre más viejo del pueblo.

Cuando lo tuvo enfrente le explicó:
- Mire, estoy juntando datos para escribir un libro.

-¿Usted se sabe alguna historia que pudiéramos contarle a los de la ciudad ?

-Algo que usted haya vivido y que recuerde con frecuencia.
El anciano puso la mirada en blanco como buscando un recuerdo y empezó su historia:
- ¡Ah, sí! Una vez se perdió la esposa del Chuy, el que vive aquí tras lomita.

Pues se vino la noche y la señora que no apareció.

Entonces todos los hombres del pueblo nos reunimos y nos llevamos un buen cargamento de mezcal y nos metimos al monte a buscarla.

Allá a los tantos días la encontramos y como ya andábamos medio querendones por el mezcal, pues uno por uno le soltamos la pasión a la esposa del Chuy...
El escritor se asombró ante el morbo con el que el anciano recordaba esa anécdota y pensó que no podía contar ese episodio, así que optó por cambiar de tema:
- ¿No se acuerda de algo cómico?

Algo que lo haga reír a usted y a todos los del pueblo?

No sé, algo extraño.
Una vez más el anciano hizo su particular gesto, una sonrisa se esbozó en su rostro e inició una nueva historia:

¡Pues sí!

Una vez se perdió una chivita del Vicente.

Pues la noche se vino y la chiva no apareció.

Nos volvimos a reunir todos los hombres del pueblo, nos hicimos de un buen cargamento de mezcal y nos metimos al monte a buscarla.

Después de días la encontramos y como ya andábamos medio querendones por el mezcal, pues otra vez, uno por uno, le dimos calor a la chivita.
Y el anciano soltó una carcajada lasciva mientras le brillaban los ojos de manera muy rara.

El escritor, para no quedarse con el viaje en balde, volvió a insistir:
- Y... ¿No tendrá otra historia?

Tal vez algo triste. Algo que lo haga llorar ?
La risa del anciano desapareció de inmediato, la vista se le nubló y dos lágrimas se le escurrieron por sus curtidas mejillas.

Con una voz casi imperceptible dijo: - Sí, una... una vez me perdí yo.


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